Todo va bien, pero menos

 

Javier Albert Gutiérrez. Publicado en el diario INFORMACION, de Alicante, sección "TRIBUNA", página i18, el día 2/05/2000.

 Las cifras macroeconómicas y las medias estadísticas son una abstracción que, si bien tienen utilidad en estudios comparativos, son engañosas cuando se aplican a situaciones locales. Dentro de esta panoplia de mágicos guarismos está la inflación, que cuando se compara con la de la zona económica que copa el grueso del comercio exterior de España nos está resultando desfavorable. La diferencia de un punto en el IPC con respecto a la UE va a restar competitividad a las empresas españolas en un ciclo largo de expansión económica que inició hace pocos años la tercera revolución industrial: la revolución de la regulación automática, la telemática y la biotecnología.

Que algo va mal en España lo demuestra que la desigualdad en la frecuencia de muertes entre las clases sociales es de las más altas en la UE, pero el síntoma más tangible de que España no va tan bien como dicen algunos es el dato de que la natalidad en nuestro país es la más baja del Mundo. Si la media de hijos por mujer para que un país renueve su población es de 2’1, en España no llegamos siquiera a la mitad. Según el comunicado del director de la división de Población de las Naciones Unidas, Joseph Chamie, la población española pasará de los 39,6 millones actuales a unos 30,2 millones en el año 2050. Esta proyección demográfica descubre lo que más bien podría llamarse un suicidio colectivo. Cuando un género, una especie o una etnia pierde su capacidad reproductora siempre es por fuerzas mayores implicadas en la economía que impera en la relación energía/esfuerzo: cuando la energía necesaria para reproducirse es mayor que el esfuerzo para conseguirla, la extinción amenaza, porque ese binomio es la ley que ha regulado el origen y la evolución de la vida. La cuestión, pues, no estriba en tener trabajo, sino en la calidad del mismo

Los periodos en que el beneficio del desarrollo se reparte y llega a las capas sociales mayoritarias sube el número de matrimonios y también se incrementa la natalidad, como pasó entre 1960 y 1975 en nuestro país, donde una fuente de riqueza nueva y por eso accesible, el turismo, llegó a capas sociales que antes la tenían vedada. A partir de la crisis del 75 los índices de matrimonios cayeron en picado con ligeras subidas en los breves periodos de recuperación económica.

Por otra parte, llama la atención que un país de cultura católica, cuya doctrina se opone al control de la natalidad, sea el país del Mundo dónde más gravemente se manifiesta este síntoma; lo que nos lleva a sospechar que la enfermedad puede ocultarse en una escala de valores obsoleta que, si más o menos bien cumplió su cometido en otros siglos, en este nuevo milenio ha quedado desfasada para responder a los retos sociales que el progreso está planteando. Salvando las distancias, nos podría pasar en un futuro lo que le ha pasado a tantos otro países a lo largo de la Historia y le está pasando ahora a las repúblicas surgidas de la URSS y antiguos países colonizados: que la traba para su desarrollo no está en la carencia de recursos materiales y humanos, sino en el vacío que ha dejado en sus cabezas el desfase y la perdida de su ideología tradicional. Lo malo de este tipo de enfermedades internas es que, como corroen por dentro, una sociedad en apariencia robusta se puede venir abajo de repente.