Sobre el cambio telemático

 

Javier Albert Gutiérrez. Publicado en el diario INFORMACIÓN de Alicante, Opinión, 17 de junio de 1996

Un cambio muy importante fue el ocurrido en el siglo XVII, pero al contrario de lo que mucha gente cree, la Revolución Científica de la Edad Moderna no se produjo porque aquellos investigadores dispusiesen de datos más exactos, o de mejores aparatos, instrumentos o medios de investigación, si no por las transposiciones que estaban teniendo lugar en las mentes de los propios hombres de ciencia. La cuestión clave es que los datos los situaron en un nuevo sistema de relaciones entre sí, empezaron a manipularlos siguiendo una línea nueva de pensamiento, olvidándose de los antiguos y complejos sistemas aristotélicos (todo un monumento a la inteligencia humana) que daban una explicación racionalizada de todos los fenómenos, basada en la observación de la realidad y en el sentido común.

Por ejemplo, en el Medievo se prefirió la teoría aristotélico-mesopotámica de que la tierra era plana y ligeramente curvada, que es lo que se ve cuando un barco se aleja de la costa, a la de Eratóstenes, que no sólo demostró -entre otras cosas- que la Tierra era redonda, si no que además midió matemáticamente el meridiano terrestre. Sin embargo, aquellos hombres que abrieron un camino nuevo a la ciencia, se les subió ésta a la cabeza y empezaron a derribar también, junto con los antiguos axiomas, las verdades morales que transmite la Biblia. Confundieron la velocidad con el tocino… Las consecuencias fueron trágicas y todavía no las hemos digerido.

Muchas veces pienso como una humanidad tan erudita como aquella, tan preparada como para construir una catedral gótica, pudo mantener durante más de un milenio un error que es hoy tan evidente para un niño de diez años. Eligieron una mentira sin fundamento en vez de una verdad matemática. La conclusión a que llego es que la inteligencia humana no es fiable, incluso se podría decir que es muy bruta. Y cuando lo pienso bien sólo veo dos soluciones: reírme a carcajadas o llorar.

Hoy día también vivimos un proceso de cambio que empezó cuando el hombre inventó el teléfono y la radio, y que se está acelerando hasta el vértigo con la televisión y el ordenador. El Planeta se ha convertido en un pequeño pueblo, la Aldea Global. Los problemas ya no son locales, si no universales. El peligro es si al hombre, con tanta ciencia, con tanta técnica, con tanta energía, ¡y con tanta soberbia!, le da, otra vez, por querer ser como Dios.

Los valores morales y la ética son cosas que parecen de un pasado remoto, también entre los que todos los días se dan golpes de pecho. Me parece que ahora, como en el Renacimiento, la clave puede estar en las transposiciones que están teniendo lugar en la mente de algunos hombres, pero no para descubrir una nueva ciencia, si no para volver a encontrarse con Dios.