Símbolo o recuerdo

 

Manuel Martínez Lledó. CANFALI El Semanal, Algueña. 15 de Junio de 2007

 

Con ocasión de las recientes obras de remodelación y mejora de la plaza de la iglesia en Algueña, parece que se planteo el traslado de la “cruz de los caídos” a un lugar del cementerio que mantuviera el recuerdo de los vecinos asesinados en el mes de octubre de 1936, lo que finalmente parece que se descartó ante las dificultades que significaba el traslado y la falta de garantías técnicas para su integridad debido a que su cemento está afectado por aluminosis.

 

Convendrán conmigo que la cruz, por su desproporcionado tamaño en relación con el espacio donde se ubica y la falta de interés escultórico de la misma, con añadido de placa de granito rojo incluida, lo que hace, desde un punto de vista estético, es afear el paisaje urbano de la plaza.

 

Partiendo de esta consideración, cabe plantearse el significado histórico de la cruz por si pudiera ser un motivo de mantenerla.

 

Lo primero que vemos es que relaciona un símbolo religioso con hechos como el asesinato de unos hombres de mi pueblo, familiares cercanos y amigos de mi familia muchos de ellos y que bien pudieron ser familiares directos, en una época convulsa de guerra provocada por la sublevación de unos militares contra un régimen político legítimamente instituido por la voluntad de la mayoría de los ciudadanos. Unos paisanos, probablemente sin adscripción política, que tuvieron la mala suerte de vivir en zona de retaguardia, en que, la autoridad de la República era en esos momentos inexistente por el desbarajuste ocasionado en los primeros momentos del golpe de estado, y en la que aparecieron gentes sin control que, confundiendo la defensa de la legalidad, para la que la mayoría del pueblo tuvo que alzarse en armas, y en contra de las directrices de los gobernadores civiles republicanos –concretamente el de Alicante está probado que luchó cuanto pudo contra los descontrolados-, debieron dejarse llevar por sentimientos de revancha ante las consignas expresas  de extermino sistemático por simples razones ideológicas que se daban y ejecutaban en el bando nacional, como las del general Quipo de Llano, que instaban al asesinato y violación de los rojos y sus mujeres, y respondieron con acciones violentas igual de ilegítimas.

 

Es la anterior una síntesis de la historia de los primeros meses de la guerra en la que coincidirían hoy la mayoría de los historiadores. Otra cosa es la historia que nos cantaron durante tantos años para desprestigiar lo que significó o pudo significar el periodo republicano y la utilización política que de estos asesinatos se hizo durante todo el régimen franquista bajo el lema “caídos por Dios y por la Patria”. Cualquiera de mi edad o mayores, recuerda haber entonado el “cara al sol” mano en alto frente a la “cruz de los caídos” a la salida de misa en los días más señalados, pero ya nadie se deja llevar por las manipulaciones simplistas y versiones interesadas de entonces, a no ser que esté anclado en una época ya superada.

 

Hace ya treinta años la reconciliación fue posible y se plasmó en una Constitución que garantiza hoy el pluralismo y la convivencia, y determinado símbolos de un régimen autoritario que los cuestionaba no deben ser exhibidos de manera tan destacada, como tan poco debería utilizarse estereotipos de la época republicana como “rojo” o “fascista” para calificar posiciones políticas que en la actualidad se expresen bajo pautas democráticas.

 

A veces llego a preguntarme si estos difuntos no hubieran preferido mayor respeto por su memoria en un lugar más adecuado y sin destacar por algo de lo que seguramente no hubieran querido destacar. Estoy seguro que a ninguno de ellos le hubiera gustado sentirse héroe en un momento de la historia en que era obligatorio dividir y separar los héroes de los villanos, simplemente por su adscripción ideológica, ni mártir en una etapa que la Iglesia consagró como cruzada lo que fue una ilegítima sublevación militar que acabó dividiendo a los españoles. En cualquier caso son sus familiares, ya en tercera o cuarta generación, los más legitimados para opinar sobre la cuestión y es a ellos a quién especialmente y, con todo el respeto y cariño, les ofrezco estas reflexiones.

 

A mí me corresponde hoy, por responsabilidad generacional, para que a los más jóvenes no se les oculte lo que a los de mi edad nos fue ocultado, opinar sobre este tema delicado, que pocos abordan abiertamente por prudencia mal entendida, y lo hago definiéndome a favor de dedicar un monumento conmemorativo a todos los que murieron violentamente en aquella época, pero ubicado en un lugar distinto al que durante tanto tiempo fue utilizado como propaganda del franquismo. Ello es más acorde con los nuevos tiempos de libertad y convivencia, y se corresponde con mi deseo de reivindicar también la memoria de los que fueron asesinados durante la guerra en territorio bajo mando franquista, o durante el tiempo que después nos vendieron como veinticinco años de paz, y sobre todo porque así aprovecharon la ocasión para que una plaza, junto al mayor y más emblemático edificio de nuestro pueblo que es la iglesia con sus torres, mejore estéticamente.

 

Manuel Martínez Lledó