PROGRE Y PROGRESISTA

 

 

Javier Albert Gutiérrez, Alicante a 24/09/2007

Profesor de Historia

 

Hoy día hay mucha confusión con las palabras “progresista” y “progre”, y me parece que conveniente comentar el significado y las connotaciones de ambas. Una cosa es el término “progresista” y otra su derivado peyorativo “progre”, que se ha convertido más bien en un estilo. La palabra “progre” viene a ser hoy día la réplica de la palabra “facha”. Son utilizadas para descalificar a los oponentes políticos. Detrás de cada una de ellas se esconden actitudes iguales y estéticas opuestas. Pueden ser actitudes agresivas, emotivas e irracionales pero también sólo pose.

 

La estética progre imita unas normas precisas en la vestimenta, el aliño, la gesticulación y el movimiento. Un progre debe andar con porte suelto y desgarbo. La melena al descuido, no siendo óbice la encimera calva de los más maduros; queda ideal al cuarto día del lavado. La barba es sagrada, y si no la lleva, por lo menos, un buen progre, debe afeitarse una vez a la semana, como cuando no existían las maquinillas. Los vaqueros de uniforme, aunque algunos los sustituyen por la pana, pero tienen que ser de mercadillo, desgastados y poco amigos de la lavadora. Por encima nada de corbatas, si puede ser camiseta, pero amplia, y la trenca de los setenta sigue siendo incombustible y de buen tono. Si se lleva zapatos, enemigos del cepillo, pero da más caché el botín de piel vuelta o las deportivas.

 

El progre progre omite cuanto puede la palabra España, su Historia, su cultura, su himno y su bandera. Su demonio es Bush, su mártir Sadán Jusein y su héroe el subcomandante Marcos. Exageran su estética en las manifestaciones pacifistas, pero muchos acuden con la camiseta del Che. No se pierden las manifas antinucleares, pero son partidarios de que Irán se arme con la bomba atómica. Aborrecen a los nazis, pero más aún a sus víctimas, los judíos. Critican los símbolos religiosos en las escuelas públicas, pero defienden el deber de las escolares musulmanas de cubrirse con el pañuelo islámico. Odian la cultura yanqui, pero van vestidos con vaqueros, gorra de béisbol, zapatillas Niké, están enganchados a Internet, locos por el rap y el rock, son seguidores de la NBA y entusiastas de las películas de Hollywood.

 

Esta estética progre en la última década se está imponiendo en la sociedad con éxito, y de la misma forma que en el siglo XIX el obrero trataba de imitar el traje burgués, a mediados del XX la burguesía adoptó el vaquero obrero, y hoy día muchos de estos rasgos estéticos progres se los han apropiado los modistos y los llevan con gusto los clásicos en los “finde”, las estrellas del fútbol y los pijos en Ibiza. Particulares y políticos de derechas también hacen uso de ellos, pero es más bien por cuestiones de imagen y demagógicas, como algunos con barba de tres días, la perenne de Rajoy o el descorbateo de los candidatos en las campañas electorales.

 

Otra cosa es el término “progresista”, que nació de la oposición dialéctica entre ilustrados y absolutistas en el siglo XVIII. Dicho vocablo fue asumido rápidamente por los españoles, y fue en España donde apareció el primer Partido Progresista del mundo en 1835, cuyo líder, el general Espartero, bombardeó Barcelona -de él se escindió en 1849 el Partido Demócrata-. Se disolvió cuando su líder, el general golpista Prim, fue asesinado en 1870, dando paso a la I República en 1873, que no duró ni un año, de nefasto recuerdo. El término “progresista” que tanto usan los “zetaperos” es ajeno a la ideología socialista. Los progresistas del siglo XIX de todo el mundo siempre fueron liberales. Fueron criticados duramente por los marxistas de finales del XIX y mediados del XX y el vocablo cayó en desuso.

 

Cuando el marxismo empezó a hacer aguas y la palabra “socialista” empezó a ser vergonzante, a raíz de las invasiones de Hungría y Checoslovaquia por la URSS, el genocidio de Pol Pot y su jemeres rojos en Camboya, el fracaso de Mayo del 68 en París, y, sobre todo, tras la caída del muro de Berlín, el término fue rescatado por los socialdemócratas para sustituir la palabra “socialista” de sus programas y discurso. Zapatero está haciendo tanto uso de ella que la está desgastando rápidamente. Creo que a medio plazo habrá que buscarle sustituta porque volverá a coger una connotación peyorativa.

 

Javier Albert Gutiérrez

Profesor de Historia