Un cambio de milenio relativo

 

Javier Albert Gutiérrez. Entregado al periódico el 09/12/99 y publicado en el diario INFORMACION, 7 de enero, 2000, página i18. OPINION.

El cambio de milenio tiene una gran importancia para los cristianos, pero no para el Mundo. Los cristianos son teóricamente una sexta parte de la población mundial. Muchos de ellos no creen en Cristo y a su nacimiento no le dan trascendencia religiosa. Los judíos, los musulmanes, los japoneses, los chinos, los hindúes y demás culturas tienen otros calendarios y están, por consiguiente, en otras fechas. Reconocidos investigadores creen que Jesús de Nazaret nació hacia el año cuarto de nuestra era, otros, basándose en el evangelio de Lucas, en otoño del 2 a.C., pero nadie puede determinarlo con fidelidad, nadie puede saber cuándo habrán transcurrido dos mil años exactos. Lo único seguro es que, al no tener nuestra cronología año cero, el tercer milenio empezará el 1 de enero del 2001. A mí la cuestión me trae sin cuidado, lo que más me preocupa son los malos efectos que puede tener el cambio de dígito para aquellas empresas que no hayan actualizado sus viejos ordenadores y para las personas vinculadas a ellas.

El milenarismo es un defecto de miopía de las culturas. La mayoría de las civilizaciones que han existido tienden a ver un único mundo: el suyo. Lo demás no existe, no es humano, es bárbaro, es salvaje o no tiene importancia. Cuando más primitiva es una cultura menos en cuenta tiene lo que existe más allá del límite de sus fronteras, de su estilo de vida, de su mentalidad. La etnología ha interrogado a algunas tribus ágrafas que aún subsisten en lo más profundo de las selvas amazónicas, de los desiertos africanos o de las remotas islas de Oceanía, y casi todas han coincidido en la respuesta: la humanidad somos nosotros. Los otros son demonios, dioses, fantasmas o sombras. En cualquier caso, criaturas fantásticas que no tienen derecho a la vida. La civilización Occidental a lo largo de su dilatada historia también ha dado una continua muestra de egocentrismo. Durante dos milenios ha creído que la Historia era su historia, que el centro del Mundo era Jerusalén y que el centro del Universo era la Tierra, a pesar de que su sistema de valores ensalza la humildad como una importante virtud y pone su acento principal en lo otro, en el prójimo.

Los dos principios que están bajo el entramado ideológico de nuestra civilización son el amor y la fraternidad universales, pero en la práctica ha costado cientos de años entender estas dos ideas. La contradicción entre intereses particulares y generales casi siempre se han resuelto, a medio plazo, a favor de los primeros. Durante dos mil años se ha dicho que todos los hombres son prójimos y no sólo ha persistido la esclavitud durante todo ese tiempo, sino que también se han ensañado con aquellos que eran ligeramente discrepantes. Quizás el caso más obvio de que el mensaje de Jesús fue mal comprendido lo tengamos en los puritanos ingleses que colonizaron América. Más cristianos que estos calvinistas no se puede ser. Eran fundamentalistas de la Biblia, dormían con las Sagradas Escrituras debajo del cabezal, se conocían los evangelios de memoria y, no obstante, trataron a los indios como alimañas y a los negros como bestias de trabajo. Una cosa es repetir de memoria las oraciones y los versículos y otra, saber lo que se dice. Lo primero es erudición y lo segundo, sabiduría. La cultura cristiana, que ha aprendido a registrar infinitos conocimientos, todavía no ha asumido eficazmente el respeto a la Naturaleza y a los Derechos Humanos. Lo previsible es que el próximo milenio empiece como acabó el anterior, hablando de ecología y democracia mientras se arrasa tranquilamente el planeta y se comete un nuevo genocidio.