Tema 17.
El siglo de la Ilustración: Un siglo de reformas
La designación hecha por Carlos II de Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV de Francia y de la infanta María Teresa de España y por lo tanto biznieto de Felipe IV, como futuro rey de España poco antes de su muerte, provocó:
§ En el exterior el recelo de las potencias europeas que habían pactado con Francia el reparto del Imperio español en Europa. Estas potencias, especialmente Francia e Inglaterra, exigieron a Luis XIV que cumpliera su compromiso: entregar parte del Imperio español a Europa y la renuncia de Felipe V a sus derechos a la Corona de Francia. La oposición de Luis XIV a aceptar esta imposición desencadenó la Guerra de Sucesión Española (1701-1714).
§ En el interior hizo temer a los españoles de la corona de Aragón que el monarca, actuando a la francesa, suprimiera sus fueros, por lo que apoyaron al austríaco archiduque Carlos. El temor a un rey impuesto por los estados orientales agrupo a los castellanos en torno a Felipe de Anjou.
En Europa se perdió la guerra, y Luis XIV y su nieto en la paz de Utrecht (1713) tuvieron que acceder a las exigencias de los aliados:
1. Entrega a Austria de Flandes, Milán, Nápoles y Cerdeña.
2. Entrega al duque de Saboya de Sicilia.
3. Entrega a Inglaterra de Menorca, Gibraltar, alguna isla de las Antillas y dos derechos económicos:
§ El derecho de asiento de esclavos durante 30 años
§ El navío de permiso en la América española (en la práctica muchos barcos)
1. Consolidación del tratado de Westfalia
2. El ascenso como nuevas potencias de Saboya y Prusia
3. Gran Bretaña salió enormemente beneficiada y empezó su hegemonía económica, política y comercial.
En España la guerra continuo, ya que Cataluña no reconoció como rey a Felipe V, hasta que el duque de Berwick (vencedor en Almansa) asaltó Barcelona en 1714 y vencieron los Borbones, lo que trajo como consecuencia, aplicando el derecho de la época, la supresión de los fueros de la Corona de Aragón y la implantación en todo el Reino de un mismo derecho, basado en las leyes de Castilla, cumpliéndose así el viejo sueño del conde-duque de Olivares.
La ideología ilustrada se conoce como despotismo ilustrado: representa el intento de la Monarquía por acabar con el Estado feudal y todos sus privilegios por la vía autoritaria. Su lema era: “Todo por el pueblo, pero sin el pueblo”. Se proyectó sobre tres ámbitos:
1. Reforma de la organización del Estado para poder actuar con mayor eficacia en la sociedad.
2. Reformas económicas para satisfacerlas necesidades de una población creciente.
3. Reforma de las actividades culturales y científicas para superar el atraso tradicional.
Los principales intelectuales de la época, como Feijoo, Mayans, Campomanes, Jovellanos[1], Olavide etc., manifestaron en sus obras que España se había quedado atrasada con respecto a Europa, sobre todo en los aspectos económicos y de infraestructuras. Su diagnóstico era claro: o España se modernizaba rápidamente o sería descuartizada por las potencias extranjeras.
Los ministros que llevaron a cabo la política exterior fueron el cardenal napolitano Alberoni y el holandés barón de Ripperdá hasta 1728 y Patiño después.
Estuvo presidida por dos fines:
1. Intento de recuperar los territorios mediterráneos perdidos por la paz de Utrecht
2. Satisfacer los intereses de su segunda mujer, Isabel de Farnesio, que quería dos reinos en Italia para sus hijos, Carlos (rey de Sicilia y Nápoles) y Felipe (duque de Parma y Plasencia).
Y estuvo mediatizada por Francia, a través de los Pactos de Familia:
§ El primer Pacto de Familia, llamado Tratado de El Escorial (1733), enfrentó a España con Austria en la Guerra de Sucesión de Polonia
§ En el segundo Pacto o Tratado de Fontainebleau (1743) la hizo enfrentarse con Inglaterra en la Guerra de Sucesión austríaca.
Para firmar dichos pactos, Francia puso el señuelo de contrarrestar el poderío naval inglés, pero en ambos casos se defendieron intereses franceses y España sólo obtuvo perjuicios y desgaste.
Escarmentado, siguió una política de absoluta neutralidad y pacifismo, enfocada a la recuperación interior. Con el ministro José de Carvajal y Lancaster, el centro de la política internacional fue el cuidado estratégico y económico de América. Le sucedió el ministro irlandés Ricardo Wall, que acentuó la política de neutralidad.
Tuvo dos fines, primero, frenar el expansionismo inglés en América y segundo, la seguridad en el Mediterráneo.
1. En 1761 firmó el tercer Pacto de Familia, que terminó igualmente con un saldo desfavorable para España al firmarse la Paz de París (1763). En ella, España perdía Florida y la bahía de Pensacola y Sacramento (recuperada en 1777) y Francia, para compensar, le cedió la Luisiana. El desquite por estas pérdidas iba a llegar en 1776, con la Guerra de Independencia americana, España y Francia se aliaron contra Inglaterra, que por la firma de la Paz de Versalles (1783) vio consumarse la pérdida de su imperio colonial americano. España recuperó las dos Floridas y Menorca, no obstante, Gibraltar quedó en manos de los británicos.
2. Con Marruecos se firmaron dos tratados, donde se estipulaba permisos de pesca, seguridad de los navíos españoles y creación de un consulado para defensa de los intereses españoles. Sólo hubo un momento de crisis cuando el sultán de Marruecos, instigado por Inglaterra y Francia, rompió el acuerdo de 1767. Con Argelia y Túnez las relaciones fueron más difíciles
La revolución francesa de 1789 trastocó todos los planes de la política exterior española.
Cuando los revolucionarios guillotinaron
a los reyes franceses, Luís XVI y Mª Antonieta, España se alió con los ingleses
para defender la Monarquía. La guerra terminó en 1795, en que por la Paz de Basilea,
Francia lograba importantes concesiones comerciales y la cesión de la parte
española de Santo Domingo.
En 1797 se pactó con Napoleón lo que nos llevó a dos guerras contra Inglaterra. En la primera, el 14 de febrero de 1797, una escuadra española al mando de don José de Córdoba y Ramos, se encontró con otra escuadra inglesa, mandada por el almirante inglés Jervis, a la altura del cabo de San Vicente. La escuadra española estaba formada por 24 navíos y ocho fragatas; la inglesa tenía 15 navíos. La victoria, pese a la inferioridad numérica y material, fue inglesa. Se perdieron cuatro navíos españoles: el San José, el Salvador, el San Nicolás y el San Isidoro, y, entre muertos y heridos, dos jefes de escuadra, dos brigadieres, un capitán de fragata, 120 oficiales y 1480 hombres; a más de 3070 prisioneros en los navíos apresados. Las bajas del enemigo inglés fueron 940. La derrota fue posible, entre otras causas, por el desacuerdo activo del almirante y su segundo, el conde de Morales. A la mañana siguiente los capitanes españoles pidieron que se reanudara el combate, pero se opuso don José de Córdoba. La causa principal de esta grave derrota marítima fue la superioridad moral de los ingleses. Y pone al descubierto de una forma clara el primer síntoma de la degeneración moral a que estaba llegando la sociedad española y que alcanzará cotas increíbles durante todo el siglo XIX.
En la segunda de ellas España perdió su escuadra con la derrota de Trafalgar ante los ingleses, en 1805, lo que supuso el abandono de las colonias americanas y posteriormente su independencia.
Finalmente Napoleón, quitándose su careta de aliado, invadió la península y originó la Guerra de la Independencia y el proceso de emancipación de las colonias americanas.
Se trataba de centralizar los poderes del Estado en el Monarca. Era la culminación de un proceso que venia del siglo anterior y que tuvo en Olivares un buen exponente. Durante el siglo XVIII acabó por imponerse en Europa la tendencia de que centralizar era modernizar, ganar en eficacia. Dado que la Corona de Aragón perdió la Guerra de Sucesión, por derecho de conquista quedaron abolidos sus fueros e instituciones y sustituidos por los castellanos, como aconsejara el Conde-Duque a Felipe IV, cuando fue entronizado rey.
Se racionalizó la Hacienda con la imposición desde 1716 en la Corona de Aragón del impuesto catastral, que reducía los innumerables impuestos medievales a uno sólo. Este sistema se quiso extender a todo el Estado en 1749 con el Decreto de Única Contribución.
En el reinado de Carlos III la división provincial sustituye a la división histórica por reinos.
Las Ordenanzas de Carlos III (vigentes hasta 1982) crearon la normativa del Ejército profesional.
En 1785 se creó la bandera roja y gualda para distinguir los navíos de la Armada; en 1843, adoptada por el Ejército, se convertía en la bandera nacional.
Fueron las leyes que Felipe V promulgó para llevar a efecto dicha política. Los Virreyes fueron sustituidos por Capitanes Generales, con funciones militares y de gobierno. Las Audiencias acaparaban el poder judicial, estaban presididas por el Capitán General, y las causas se substanciaban con las leyes y la lengua de Castilla, por lo que la mayoría de los jueces tuvieron que ser castellanos. Los Ayuntamientos pasaron a estar regidos por un Corregidor, nombrado por el rey. Los Lugares por Bayles, nombrados por la Audiencia. Cataluña, debido a la presión de su nobleza, recuperó posteriormente su derecho civil. La nobleza valenciana, no lo creyó conveniente para la paz y el progreso del Reino de Valencia.
Los viejos Consejos fueron perdiendo fuerza. Las Cortes fueron convocadas en raras ocasiones y siempre para acceder a las peticiones reales o para la jura de herederos. A lo largo de la centuria se fueron creando las Secretarias de Estado, antecedentes remotos de los actuales ministerios. Todas estas secretarías reunidas formaban el Gabinete del Rey, verdadero consejo de Ministros que gobernaba toda la Monarquía.
La política regalista, es decir, la autoridad del Rey sobre asuntos de índole religiosa, buscaba la separación de Iglesia y Estado y culminó en la España de Carlos III. Dos fueron los puntos de conflicto:
§ El regium exequator, derecho de los reyes a dar su aprobación a las bulas y escritos salidos de la Santa Sede, antes de ser publicados en sus reinos
§ Recursos de fuerza, por los cuales, aquellos que se sintieran perjudicados por una decisión de un tribunal eclesiástico podían apelar a los tribunales civiles
La expulsión de los jesuitas también fue una consecuencia de la búsqueda de independencia con respecto a Roma.
Felipe V funda la Real Academia de la Lengua.
1765. Se fundan las primeras Sociedades Económicas, que mediante el mecenazgo de los notables trataron de impulsar estudios e investigaciones para el desarrollo de la cultura y economía.
1766. Medidas de sanidad pública y reforma urbana por el ministro italiano Esquilache
1767. Expulsión de la Compañía de Jesús de España y las Indias y confiscación de sus bienes. Se les permitía tan sólo conservar el manteo, el sombrero y el breviario. Se les acusó:
1. de haber promovido el motín de Esquilache
2. de pactar con los ingleses
3. de haber proyectado un imperio en Paraguay
4. de defender la autoridad del Papado sobre el poder real
5. y de tener un enorme volumen de bienes raíces.
En realidad lo que se pretendía eran sus cuantiosos bienes y ocupar su estatus. Una encuesta realizada por orden del rey entre los obispos españoles dio el siguiente resultado: 34 de los prelados aprobaban la expulsión y tan sólo 14 se manifestaban en contra. Los obispos y otras ordenes religiosas conspiraron contra ellos. El papa Clemente XIV, por el Breve Dominus ac Redemptor Noster (21 de julio de 1973) declaró extinguida la Orden en toda la Cristiandad. Fue una medida contraproducente, fruto de la envidia y la codicia, y que daría pie, después, a futuras persecuciones religiosas. Dejó 112 colegios medios y universitarios sin un profesorado competente. Pío VII dictó su restauración universal en 1814.
En el reinado de Carlos III Campomanes inicia la reforma de las universidades y se introducen en los claustros a dos censores regios para controlar y uniformar la labor universitaria.
En 1769 se fundan el Gabinete de Historia Natural, Jardín Botánico, Gabinete de Máquinas del Buen Retiro y el Real Laboratorio de Química.
En 1770 se crean los Reales estudios de San Isidro, primer centro de enseñanza secundaria moderno.
La censura sobre la producción intelectual pasa a competencia civil. Aparecen los primeros periódicos de opinión: el Pensador (1762-1767), El Censor (1781-1788), el correo de Madrid (1781-88) o el Diario de Valencia, que perduró hasta el siglo XX.
En 1728 se fundó la Compañía de Caracas, con un capital de 330 acciones, de las cuales 200 estaban en manos del rey, con sede en San Sebastián, para el comercio con las Indias, que tuvo un éxito enorme y consiguió permiso en 1734 para aumentar ilimitadamente el número de buques.
En 1756 se decretó la libre exportación, bajo pabellón español, de vinos y aguardientes nacionales, lo que favoreció extraordinariamente a Cataluña.
En 1765 se establece la libertad del comercio de cereales. En 1778 se estableció la libertad de comercio con América y en 1790 se suprimió la Casa de Contratación.
Consecuencias:
1. Desarrollo de los puertos del litoral hispano.
2. Surgieron numerosas compañías comerciales.
Mercancías exportadas a América en 1792 (en reales) |
||
Puerto |
Valor total |
Valor productos extranjeros |
Cádiz |
298.000.000 |
176.000.000 |
Barcelona |
58.000.000 |
3.500.000 |
Santander |
36.000.000 |
18.000.000 |
Málaga |
18.000.000 |
2.000.000 |
La Coruña |
8.000.000 |
|
Felipe V suprimió las aduanas interiores de los reinos de la Corona de Aragón. No obstante el comercio interior era inexistente. La zona interior estaba formada por células económicas autárquicas. En las zonas costeras la actividad comercial experimento un mayor desarrollo. Los campesinos vivían en el límite de la supervivencia dentro de una economía de pura subsistencia; no tenían excedente agrario para comercializar, por tanto no tenían dinero para convertirse en compradores. Sin embargo se hicieron grandes esfuerzos para mejorar las comunicaciones y los medios de cambio:
§ La Ordenanza sobre Caminos Reales de Carlos III, en 1767, creó los primeros pavimentados desde la época de los romanos.
§ El murciano Don José de Moñino[2], conde de Floridablanca, en sus once años de superintendente reparó 200 leguas de carreteras, construyó 195 y levantó 322 puentes. Esfuerzo importante pero insuficiente
§ En 1756 se creó el Cartero Mayor y en 1776 la Superintendencia de Correos y Postas, en que don José de Moñino iba a dejar constancia de su inteligencia y capacidad.
§ Se creó el Banco de San Carlos, estatal (origen del Banco Español), que emitió por primera vez papel moneda, lo que supone un gran avance en los medios de cambio.
En 1770-72 se legislan los primeros Decretos impidiendo la pérdida de hidalguía por el trabajo. En 1784 aparecen nuevas normas sobre compatibilidad de nobleza y trabajo.
En torno a los puertos que comerciaban con las Indias se desarrollaron numerosas industrias locales.
Cataluña: El comercio directo con las Indias posibilitó la fundación en 1772 de la Compañía de Hilados de Algodón. En 1746 había 8 fábricas. En 1768=22, en 1779=38, en 1785=62 y en 1797=125. A partir de 1780 empezaron a implantarse en Cataluña las hiladoras mecánicas que habían sido patentadas en Inglaterra quince años atrás. Estas fábricas de indianas son el inicio de la revolución industrial en España.
Vascongadas: Construcción naval. Extracción de hierro y carbón. Industrias de chocolate y papel
Valencia: Industrias de la seda.
Castilla: Para abastecer a la Corte y a las grandes casas nobles se crearon las fábricas reales del tipo mixto, con capital privado y estatal: de lana en Guadalajara, de tapices en Madrid, de sedas en Talavera, de porcelanas en el Retiro y de cristal en La Granja.
1. Aranda emprende el primer reparto de comunales, que, en casi todas partes, resultó ser un fracaso.
2. Campomanes disminuye drásticamente en 1779 los privilegios de la Mesta para potenciar las explotaciones agrarias y autorizó el vallado de los campos.
3. Olavide empezó la colonización de Sierra Morena, con más de 2.500 familias de colonos alemanes, suizos y lombardos, y fundó La Carolina.
4. Se construyeron canales de riego y transporte: el Imperial de Aragón, el del Júcar, embalse de Lorca, etc..
5. Se legisló contra la aristocracia reaccionaria: en 1785 prohibición de expulsar a arrendatarios de tierras. En 1787 restricciones en los señoríos jurisdiccionales. En 1789 se limitó el derecho de instituir nuevos mayorazgos.
|
En el siglo XVIII se elaboraron varios censos de población, pero al contarse sólo los cabezas de familia los cálculos son aproximados, según el número que otorguemos a cada familia. Por otra parte los pueblos eran reacios a declarar a todos sus habitantes por miedo a los impuestos. A finales de siglo, mientras que Francia tenía 28 millones de habitantes e Inglaterra 16 millones, España apenas alcanzaba los 11 millones.
|
En cuanto a la estructura de la población, más del 90% eran campesinos. El número de nobles se situaba en torno al 4’2%, el de eclesiásticos al 1’8% y el de artesanos al 3%.
Entre los núcleos urbanos sólo Madrid y Barcelona sobrepasaban los 100.000 habitantes. Siete ciudades tenían en torno a los 40.000 hab. :Sevilla, Valencia, Cádiz, Málaga, Granada, Zaragoza y Murcia. Después había unas treinta con unos 10.000 habitantes.
La continuidad del orden tardofeudal estaba garantizado por el bloque social dominante sustentado en una alianza tácita pero permanente entre la nobleza y el clero, especialmente entre sus élites.
Dentro del orden social dominante la nobleza asumía el papel de clase hegemónica: un reducido grupo de individuos concentraba en sus manos buena parte del patrimonio, extensas atribuciones sobre territorios y vasallos, así como la mayor parte de los cargos políticos, administrativos y militares de relevancia.
La nobleza era una clase poco numerosa, desigualmente repartida en el territorio y con una fuerte jerarquización interna. La primera distinción era la existente entre nobles de sangre y nobles de privilegio, que eran los que habían accedido a la condición nobiliaria como recompensa a los servicios o dineros prestados al rey.
Una segunda distinción separaba a los titulados del resto del cuerpo nobiliario. En la cúspide de los títulos se encontraban los grandes de España. Los Medinaceli, Osuna, Alba, Medina Sidonia, Arcos o Infantado y una docena de casas más, representaba la verdadera aristocracia de la nobleza española que habitaba en los grandes palacios urbanos y copaba los cargos de la corte. El titulo de duque lleva aparejado el de Grande. Después estaban los marqueses y condes.
Por debajo de los titulados estaban los caballeros, verdadera mesocracia nobiliaria de costumbres y hábitos similares a los grandes y muy vinculados a las órdenes militares y al ámbito urbano.
En la base de la pirámide se situaban los hidalgos y los rangos paranobiliarios tales como los ciudadanos honrados de Cataluña. Entre los hidalgos los había de sangre y de servicio y también de gotera, estos últimos eran únicamente reconocidos como nobles en su lugar de origen.
Durante el todo el siglo los grandes eran algo más de un centenar. A finales de la centuria existían unos 1300 titulados. Cifra alcanzada por la política de los Borbones de premiar a los súbditos que destacaban en su servicio a la sociedad o a la Corona, una práctica que además proporciono buenos dividendos para la hacienda por cada título otorgado.
En cuanto a los hidalgos la táctica fue la contraria. Si en 1768 había unos 722.000, en 1797 sobrepasaban un poco los 400.000. Este desmoche de hidalgos se consiguió mediante la exigencia de las pruebas de hidalguía a quienes decían tener tal condición.
En la cornisa cantábrica, excepción hecha de Galicia, existía de facto una especie de nobleza universal, que en ocasiones alcanzaba a la mitad de la población: en Asturias casi al 35%, en Guipúzcoa al 42% y en Vizcaya al 48%. Tal inflación nobiliaria hacia perder valor a dicha condición, al ser detentada por gentes que además practicaban los más diversos oficios artesanales. En cambio, avanzando hacia el sur del Duero y sobre todo a partir del Tajo, la densidad nobiliaria descendía y el grupo se hacía minoritario y selectivo, no sobrepasando nuca el 1’5% de la población: el reino de Sevilla, con 740.000 personas, tan sólo albergaba a 6100 hidalgos.
En el caso de los titulados la situación se invertía, pues eran Andalucía, Extremadura y Castilla la Nueva las regiones que aglutinaban a la mayor parte de los titulados españoles. En tierras de Cataluña y reino de Valencia, estos últimos eran poco numerosos y perdieron presencia durante el siglo, al tener que emparentar con linajes castellanos de rancio abolengo.
Como en siglos precedentes, la nobleza asentaba la mayor parte de su patrimonio en la posesión de tierras y vasallos mediante el señorío y el régimen señorial, instituciones prácticamente inalteradas durante los tres siglos de la modernidad y de las que disfrutaron la nobleza titulada y la clerecía con el pleno amparo de la Corona. A mediados de siglo únicamente 30.000 nobles eran señores de vasallos, la mayoría con muy pocas rentas por ello. Estos señoríos ocupaban importantes extensiones del territorio peninsular: en 1797 frente a 12.000 ciudades, villas y pueblos de dominio real o señoríos de realengo, existían 8.600 en el nobiliario o señoríos solariegos y casi 4.000 en el eclesiástico o señoríos de abadengo; es decir, la mitad de los españoles todavía tenían un señor jurisdiccional.
En Andalucía, por ejemplo el 60% de la superficie y el 67% del producto agrario total les pertenecía, y en Castilla el 60% de la superficie y el 40% de la producción. A esto había que añadir los cargos militares y civiles que por ley disfrutaban la nobleza y las encomiendas de las órdenes militares, que la monarquía ofrecía por servicios prestados. Lo que perseguían los ilustrados era que la nobleza participara en los cambios económicos que se estaban produciendo pero durante el siglo XVIII se mantuvo alejada de inversiones industriales o comerciales.
Fue un grupo poco numeroso, pues no supuso nunca más del 2% de la población, dividido casi a la mitad entre seculares y regulares. Su misión era conservar los valores morales, la educación y atemperar las diferencias económico-sociales existentes a través de la beneficencia y la mediación en los conflictos sociales. El colectivo estaba fuertemente jerarquizado. Los cargos más relevantes estaban reservados a los vástagos segundones de la aristocracia. El bajo clero se nutría de los descendientes de campesinos y menestrales. Una cosa era el episcopado o los capítulos catedralicios y otra bien diferente los curas párrocos o los frailes. En 1762 el consejo de Castilla limitaba el número de religiosos a aquellos que pudieran mantenerse con dignidad dentro de un convento. En cuanto al clero secular se redistribuyó las parroquias de modo que cada párroco tuviera una congrua mínima de 4.000 reales[3]. Desde 1766 hasta final de siglo se formaron 17 nuevos seminarios reformados para potenciar la preparación pastoral e intelectual de la clerecía. Carlos IV, necesitado de recaudar fondos, decretó la primera desamortización de sus tierras en 1798, que sólo a afectó a las hermandades de beneficencia, hospicios, hospitales y asilos.
A él pertenecía jurídicamente la mayor parte de la población. No tenían privilegios jurídicos, ni posibilidad de acceso al poder político, ni capacidad para moldear los valores sociales vitales, sin embargo mantenían la monarquía con su trabajo. Tres eran los sectores productivos más importantes y numerosos: campesinos, artesanos y pescadores. Junto a ellos se situaba un sector minoritario aunque importante: la burguesía.
Su número no superaba los 7.000 individuos, pero jugaban un importante papel para la economía del país. En su mayoría estaban agrupados en los consulados de comercio. En bastantes poblaciones portuarias es posible establecer un esquema piramidal cuyo vértice estaba ocupado por la “élite burguesa”, económicamente poderosa y socialmente endogámica. Por debajo existían diversas graduaciones de otros comerciantes mayoristas menos poderosos, menos reputados y con vidas mercantiles más azarosas.
La procedencia geográfica de los mayoristas resultó ser muy variada. En Alicante, Málaga o Canarias la presencia extranjera era masiva (franceses, ingleses, italianos y holandeses) En Cádiz o La Coruña su participación también era notable a través de testaferros. Por el contrario, en otras plazas como Bilbao, Valencia o Barcelona la burguesía autóctona dominó la situación.
Su actividad principal era el tráfico mercantil a riesgo o comisión. También frecuentaban el préstamo hipotecario, la negociación de letras, la compra de vales reales o la formación de compañías de seguros. También compraba propiedades inmuebles (rurales y urbanas) de las que extraer rentas en caso de dificultades financieras o comerciales. En cambio, no invirtió en actividades industriales. Nunca se enfrentaron al sistema político y sólo en la crisis finisecular algunas voces burguesas empezaron a cuestionar el absolutismo ilustrado.
Atendían las necesidades de la vente al por menor de las ciudades. Su número no era superior a 15.000 al finalizar el Setecientos. Las principales mercaderías eran los tejidos, especias y joyas. Su actividad se centraba en la tienda y en el consumo local, nunca invirtieron en el mundo de la producción. A mediados de siglo consiguieron agruparse en “cuerpos generales de comercio”, supervisados por la Junta General de Comercio. Su escaso número, el apego a la tienda y la mentalidad conservadora de la mayoría de sus miembros fueron otros tantos obstáculos para hacer de esta pequeña burguesía un grupo estimulante para la economía y la sociedad española.
Burócratas, médicos, cirujanos, notarios, abogados o profesores provenían de las universidades, aunque completaban su arte con la práctica transmitida en el seno familiar. Su diversidad en cuanto a función, rentas y acceso al poder les impidió crear instituciones que los amalgamaran. Unicamente algunos profesionales urbanos lograron acomodarse en colegios (notarios) o academias (abogados o médicos), entidades de corte corporativo que englobaban a aquellas profesiones que no tuvieses relación con el trabajo mecánico y por tanto merecieran una mayor consideración social.
En Castilla, el catastro de Ensenada registró unos 215.000, lo que representaba el 15% de la población activa. En Sevilla representaban al 40% de la población activa. Floridablanca informa que Cataluña disponía de 33.000 artesanos y que Barcelona albergaba 5.000 de un total d 125.000 habitantes.
Entre los artesanos existían diferencias económicas según el rango que se disfrutase (maestro, oficial o aprendiz) y que se dispusiera o no de la propiedad de un taller. También entre diferentes agremiados se daba una sólida estratificación económica, ya que no eran lo mismo los plateros, boticarios o los drogueros, con modestos pero sólidos recursos, que los alpargateros o los terciopeleros que, a menudo, podían estar en precarias condiciones económicas.
Tenían una fuerte conciencia social de grupo y estaban organizados en poderosos gremios. Durante el Setecientos el gremio conservó toda su fuerza y mantuvo la mayor parte de sus características: controlaban totalmente la producción evitando cualquier tipo de competencia. Por ultimo, los gremios tenían como destino la colaboración con las autoridades en el mantenimiento del orden público, en el cumplimiento de las normas legales o como instrumento en la recaudación de los impuestos. En realidad, todo parecía dirigido a un objetivo básico: la búsqueda de una economía moral que asegurase el pleno empleo de la menestralía, evitando el paro, la miseria y con ellas la inestabilidad social. Los cargos directivos estaban controlados por una élite artesanal. La existencia de privilegios y monopolios gremiales terminaba suponiendo un atasco en la producción, así como un perjuicio para los consumidores.
El dilema con el que se encontraron los ilustrados es que si
eliminaban a los gremios peligraba la estabilidad social. Y
verdaderamente el origen de todas las revoluciones posteriores está en la
proleterización de los artesanos.
|
El censo de Godoy contabiliza 1’8 millones de campesinos, de los cuales un 21% eran propietarios, un 30% arrendatarios y un 48% jornaleros. El Catastro de Ensenada para Castilla informa que más de un millón de individuos se dedicaban a las labores del labrantío y el pastoreo: como propietarios 700.000 y como jornaleros 320.000. Pero los labradores ricos eran los menos. Los pelentrines andaluces, los masovers catalanes, los subforeros gallegos o los pequeños labriegos del resto del país tenían que emplearse como jornaleros para subsistir.
En definitiva, en España no fueron
posible ni la vía prusiana de grandes aristócratas que modernizaban la
agricultura, ni la vía francesa con un campesinado potente y estable, ni la vía
inglesa con una nueva burguesía que venía a sumarse a la emprendedora gentry. El mal reparto de la renta agraria fue sin duda
una de las razones fundamentales que ocasionó el retraso final de la economía
española respecto a las europeas.
Con la pérdida de la hegemonía europea, se concentro todo el esfuerzo en las tierras americanas.
La expansión territorial fue obra, a menudo, de las ordenes religiosas, especialmente de los franciscanos, que colonizaron Nueva California, fundando San Francisco y Monterrey. Se crearon nuevas universidades como las de Santiago de Chile, Quito o La Habana.
La administración creó los virreinatos de Nueva Granada y del Plata, la Audiencia de Quito y la Capitanía General de Venezuela. El mayor control sobre los impuestos empezó a causar malestar entre la burguesía comercial criolla que, cuando tuvo ocasión, se rebeló contra la Metrópoli.
La población aumentó hasta los quince millones de habitantes a mediados de siglo: 45% indios, 25% mestizos, 20% blancos y 10% de negros.
En agricultura continuó la expansión de las grandes haciendas, creciendo los cultivos de azúcar, cacao, café y algodón.
En ganadería se impuso el sistema extensivo de grandes ranchos, que configuraron dos tipos humanos clásicos: el vaquero en el Norte y el gaucho en el Sur.
La producción minera conoció un aumento con la llegada de nuevos métodos y técnicas de explotación.
El comercio fue la actividad que tuvo un mayor auge. La libertad de comercio y la supresión de flotas reanimaron la vida mercantil, tanto entre las colonias y la metrópoli como entre las mismas provincias americanas. Creció y se enriqueció una burguesía mercantil criolla que , poco a poco, irá formando su propia conciencia de grupo: menosprecia a los mestizos, al mismo tiempo que se siente discriminada por los españoles, que ocupan los puestos políticos de responsabilidad.
[1] Gaspar Melchor de Jovellanos
Es el prototipo modelo de ilustrado. Nació en Gijón en 1744, murió en
Vega de Navia en 1811.
Fue un insigne escritor neoclásico y desempeñó diversos cargos
políticos. Perteneciente a una familia hidalga, se doctoró en cánones en el colegio de
San Ildefonso de Alcalá (1763). En Sevilla, donde fue juez, entró en el círculo
de Olavide,
contactando así con un núcleo esencial de la Ilustración española. Nombrado
alcalde de casa y corte en Madrid, ingresó en varias academias y fue director
de la Sociedad Económica de Amigos del País (1784).
En esta época concluyó también la redacción del «Informe
en el expediente de ley agraria» (1795). Nombrado secretario de Gracia y Justicia
(1797-1798), intentó poner en práctica sus ideas, luchando contra la
Inquisición y la propiedad eclesiástica e iniciando una reforma universitaria.
Su teoría principal era que había que desvincular la propiedad agraria de los nobles y desamortizar
las propiedades eclesiásticas para que entraran en el mercado libre, y así dar
acceso a la propiedad de la tierra a la burguesía y campesinado, que las harían
más productivas. En 1799 ocupó el cargo de consejero de Estado, pero al poco
tiempo se desató la persecución general contra los ilustrados y fue confinado
durante ocho años en la isla de Mallorca.
Tras el motín de Aranjuez (1808), fue liberado y se convirtió más tarde
en el alma de la Junta Central, organizada para dirigir la resistencia contra
Napoleón.
[2] Don José de Moñino (Murcia, 1728-Sevilla, 1808)
Nació en el seno de una familia
noble venida a menos. Estudió en los seminarios de Murcia y Orihuela y en 1748 se doctoró en derecho por la
Universidad de Salamanca. Participó como fiscal del Consejo de Castilla en los procesos que
se iniciaron en Cuenca tras producirse
el motín de Esquilache, en 1766.
Fue nombrado embajador en Roma en 1772, donde consiguió del
papa Clemente XIV la orden de
disolución de la Compañía de Jesús en 1773, acción recompensada por el rey con la cesión del título de conde de
Floridablanca. Fue nombrado primer ministro
en 1777, junto con
Campomanes. Llevó a cabo
brillantes empresas durante su cargo de ministro, como la resolución
del problema de la colonia del
Sacramento que enfrentó a España y Portugal, la conquista de Menorca (1772) y la Paz de Versalles (1783). Llegó a
ser superintendente de la Real Casa y Patrimonio y secretario de Gracia
y Justicia. Los problemas
con el partido aragonés de Aranda se acrecentaron y en 1788 presentó la dimisión en un Memorial dirigido a Carlos IV,
pero éste no aceptó la renuncia. Los acontecimientos
en Francia, sumida en el proceso
revolucionario, atemorizaron a Floridablanca, que reactivó la censura
y efectuó detenciones de sospechosos
revolucionarios. Desterrado a Hellín en
1792 y encarcelado posteriormente en Pamplona, M. Godoy le indultó y en
1808 le nombró presidente de la Junta Central con sede en
Sevilla.
[3] 36 maravedíes (desde siglo XIII) = 1 real (desde siglo XII) de plata; 1 real de plata = 2 real de vellón; 320 R. de vellón = 1 onza; 16 R. de plata = 1 escudo (desde siglo XVI). Hasta 1868 que se adopta la peseta y el sistema decimal.