Iberos versus alicantinos

Javier Albert Gutiérrez. Publicado en el diario INFORMACIÓN de Alicante, Opinión, 3 diciembre 1995

Estaba yo en el campo, lejos de Alicante pero en la Provincia, rodeado de montañas y pinos, en la noche de San Juan; y añorando la fiesta de "les fogueres, entré en casa y puse Canal 9. Me quedé sorprendido cuando el edil de la ciudad, en unas declaraciones a la cadena autonómica, dijo que estas manifestaciones de fuego, tracas y luz estaban muy metidas en el alma de los alicantinos porque, en realidad, éramos moros. Muy sana y respetable es la afición de aquel alcalde a la fiesta del "Les fogueres" y más aún la que tenía y tiene a la de “Moros y Cristianos”. Y quizás su opinión sea compartida por la mayoría de los alicantinos; pero tanto una aseveración como la otra que he tenido que oír muchas veces, con un tono de seguridad aplastante, de que somos fenicios es a la luz de la ciencia radicalmente errónea. Mire usted, los alicantinos no somos ni moros, ni fenicios ni franceses; los alicantinos somos alicantinos: una cultura singular que hunde sus raíces en una de las más antiguas civilizaciones europeas. En la cueva de L’Or de Beniarrés, se han encontrado las más antiguas muestra de trigo cultivado en la Península, en una época en que casi toda Europa se encontraba en el primitivo estadio de la caza y recolección de frutos silvestres, y que algunos historiadores como Gordon Childe llamaron salvajismo.

Desde entonces siempre fuimos a la par de los pueblos más avanzados del Continente, y entramos en el pelotón de cabeza, casi al mismo tiempo que griegos y romanos, en la Civilización. Los Contestanos formábamos parte del pueblo Ibero, una cultura autóctona, singular y esplendorosa. Una civilización que, en contra de lo que se decía en el siglo XIX y principios del XX, no llegó del sur de África, ni de Oriente, sino que, por el contrario, como vienen demostrando cada vez más los hallazgos arqueológicos, surgió en nuestras tierras y la crearon gentes de la misma, que supieron afrontar con trabajo, inteligencia y osadía los retos que el mundo más avanzado les demandaba. Como todas las grandes civilizaciones y culturas de la época, recibieron influencias de otras más antiguas y también de sus coetáneas, fundamentalmente griegas. Pero los tópicos tardan mucho en desaparecer. Todavía hoy leemos en algunos textos, manuales generalistas, incluso en enciclopedias cibernéticas, como por ejemplo la Durvan, la falsa sentencia: “Los Iberos son un pueblo procedente de África que se asentó en las costa mediterránea española”.

La Dama de Elche, la escultura más bella que se ha encontrado hasta ahora del arte Ibérico, tiene primordialmente influencia helena. El alfabeto ibero era una derivación del jonio. Cierto es que los amuletos con que se adorna son similares a los fenicios, pero esto sería como decir que porque llevamos un reloj japonés en la muñeca tenemos más influencia cultural nipona que latina. Lo que hicieron los fenicios de Cartago a mediados del siglo III a.C. fue destruir sistemáticamente los dioses iberos, porque es bien sabido, desde la antigüedad hasta nuestros días, que la única forma de hacer desaparecer un pueblo o una cultura es destruir su religión, y esa es una de las principales razones por la que no haya una relación entre la importancia de aquellas gentes y la cantidad de sus obras. Sin embargo, y después de veintitantos siglos, muchos alicantinos seguimos haciendo exactamente los mismo que hacían nuestros antepasados.

Dice Estrabón que los iberos cazaban conejos introduciendo el hurón en la madriguera y poniendo redes en la entrada. Dice que con un gesto hacían arrodillarse sus caballos. Igual se hace hoy. Las cerámicas y los relieves nos muestran flautas, tambores, bailes, castañuelas y peinetas, muy similares a los tradicionales de nuestros pueblos. Podría citar decenas de rasgos y costumbres que se han conservado a través de los siglos y que dejan muy claro que a lo largo de la Historia ha habido una continuidad cultural que nos hace ser genuinamente alicantinos, y me niego rotundamente a que románticos, liberales o comunistas me conviertan en otra cosa, por más buena que sea o por más de moda que esté.

La fiesta de "Moros y Cristianos" hace tiempo que proliferan en muchos lugares y localidades que nunca las tuvieron. Y son muchos los que prefieren salir de moros, cosa comprensible, pues los oropeles orientales son muchos más exóticos y atractivos que los archiconocidos cristianos. Además, permiten dar rienda suelta a la imaginación. Todo ello me parece muy bien y creo que hay que apoyarlo: como tradición donde lo sea, y donde no lo sea simplemente como fiesta, que son muy necesarias para que la gente se reúna, hable, coma y se lo pase bien. Pero otra cosa es la Historia; y si nos atenemos a ella, en estas tierras han empezado a vivir "mauros", es decir, naturales de lo que era la antigua provincia Mauritania romana, en la última década de nuestro siglo.

Cuando los agarenos llegaron a España, gobernaba en esta zona Teodomiro Gandarias, noble visigodo casado con una terrateniente de Guardamar. Teodomiro firmó un pacto con el valí Musá, por el que establecía un tratado de alianza entre su reino –que se extendía por lo que hoy son las provincias de Murcia, Alicante y Albacete- y el Califato de Damasco, y por el cual el Estado musulmán le respetaba la autonomía administrativa, económica y religiosa a cambio de unos impuestos que seguramente eran menos gravosos que los que se habían pagado en tiempos de los romanos y visigodos. Pasaron los años y los siglos, y los alicantinos, como otros muchos hispanos, fueron convirtiéndose, más o menos presionados, a la nueva fe; pero eso no quiere decir que fuesen árabes, ni sirios, ni moros; eran muladíes, es decir, nuevos musulmanes; y como todos los de España, conservaron su lengua romance aunque rezaran en árabe, y con la lengua, lo fundamental de su cultura Ibero-romana.

En el año 1031, cuando el Califato de Córdoba se dividió en un sin fin de pequeños reinos de taifas, las de Valencia pasaron a ser gobernadas por los militares eslavos que habían servido en el ejército cordobés, y esto quiere decir que ni siquiera los políticos y militares que en aquella época mandaban por estos lares eran moros. En la primera mitad del siglo XIII el mundo andalusí entro en crisis y los cristianos recuperaron el poder político que habían perdido siglos atrás. En un principio también fueron tolerantes con la religión de sus nuevos súbditos –como siglos atrás la necesidad obliga- , pero en 1492 los Reyes Católicos obligaron a los judíos a convertirse o emigrar. En 1502 les tocó el turno a los mudéjares.

Los judíos se fueron casi todos, pero muchos musulmanes alicantinos, que no moros, se bautizaron para quedarse, y siguieron practicando soterradamente su religión en el aislamiento que les proporcionaba su montañosa orografía; y, también hay que decirlo, porque en ese momento sus señores cristianos necesitaban campesinos que trabajasen las tierras. Estos cristianos nuevos fueron llamados moriscos, pero eran alicantinos. Lo único en común que tenían con los moros era la religión. Felipe II se las tuvo que ver en Lepanto (1571) con los turcos que apretaban en el Mediterráneo, y decidió expulsar a los moriscos por miedo a que actuaran como quinta columna de una invasión otomana –los servicios de inteligencia tenían pruebas de entendimiento entre ellos--. No hay que olvidar que ocupaban toda la Europa del Este hasta las mismas murallas de Viena –las sacudidas de aquella movida todavía colean hoy en Bosnia-. Pero murió antes de levar a efecto su decisión. Su hijo, Felipe III, cuando pudo disponer de los Tercios de Flandes, en el año 1609, expulsó a los moriscos de España –el reino de Valencia perdió casi el 40% de su población-

Todavía hoy en el Norte de África conservan sus costumbres, su arquitectura, su forma de cultivar la tierra, sus canciones (música maluf), su forma de vestir (el gorro rojo o sesía) y su identidad cultural. Están muy orgullosos de ser andalusíes. Así es que no siendo cierto que los alicantinos descendamos de los moros, como dijo una vez el señor Lassaletta en el Canal 9, lo que si es cierto es que hay muchos moros que descienden de los antiguos alicantinos, como podría comprobar si alguna vez quisiera darse una vuelta por Túnez.