Fco. Javier Albert Gutiérrez. Diario INFORMACIÓN, Opinión, Alicante
1/12/98 Antes
de que se inventara la escritura los pueblos se transmitían su historia y su geografía,
su física y su química, su religión y sus ritos, sus canciones y sus fiestas,
su medicina y sus leyes por tradición oral. Muchas de las ideas, estilos y
normas que gobiernan nuestras acciones se transmitieron durante mucho tiempo
de viva voz y al aire libre. El Génesis, los relatos proféticos del Antiguo
Testamento, el Corán y la Sunna circularon primero de palabra antes de ser
transcritos. En Israel, en Oriente y en la Grecia antigua no se precisaba
saber escribir para ser un sabio. Sócrates de Atenas despreciaba los
pergaminos y la escritura. Jesús de Nazaret y Mahoma enseñaron sin papiros ni
cálamos. Es más, el último no sabía leer. La falta de libros e instrumentos
de escritura la suplían con una retentiva prodigiosa. En
la medida en que el hombre fue aprendiendo a escribir pudo descargar el
cerebro de datos y transferir la mayoría de ellos al soporte papel. El primer
paso que cambió radicalmente la forma de enseñar fue la imprenta. Sin embargo
la inercia de miles de años hace que todavía la memoria tenga un gran
predicamento en las sociedades, por si mismas conservadoras. Todavía los
sistemas de enseñanza se basan fundamentalmente en la capacidad memorística
de los alumnos. Y ése no es el camino de la inteligencia. La LOGSE ha querido
dar un respuesta al problema, pero aquí, en nuestro querido país, tropezamos
con lo de siempre: por un lado van las buenas ideas sin medios, y, por el
otro, los medios sin ideas. La consecuencia de este divorcio es que la
enseñanza diverge cada vez más de la realidad. Ahora
mismo estamos sumergidos en un momento de la historia en que la cibernética
está sustituyendo al papel como soporte para almacenar conocimientos. Si
quiero citar el Génesis sólo tengo que decirle a mi ordenador: enciclopedia,
buscar, Génesis, y me aparece en la pantalla todo lo que necesito sobre el
primer libro de la Biblia. Las cuatro mayores enciclopedias del mundo caben
de sobra en un DVD, que no ocupa ningún espacio físico en la mesa de mi
estudio, y, más aún, ni siquiera en mi computadora, puesto que tengo acceso a
millones de ficheros por Internet. Pero esto no es nada comparado con lo que vi en la televisión el otro día. En una universidad norteamericana han implantado un pequeño chip en el cerebro de un parapléjico. Esperaron unos días a que se integrara con el tejido neuronal, y, después, con un entrenamiento de dos semanas, el enfermo podía mover el puntero del ordenador con su pensamiento. Así, como lo leen, visto por mis ojos en la pantalla de una transmisión digital. Ése es el primer paso de un camino que nos llevará en menos de medio siglo a poder liberar el cerebro de una carga pesada e innecesaria, de un lastre que ocupa muchas energías y espacio en nuestra materia gris. No dudo que antes o después se conseguirá mediante implantes en nuestra cabeza conectar directamente el cerebro con las redes de información. En ese momento todos los datos acumulados por la humanidad a lo largo de los milenios y a lo ancho del mundo estarán a disposición instantánea y operativa de nuestra inteligencia. Espero que para entonces un opositor no tenga que aprenderse noventa temas de memoria para lograr una plaza. Las
relaciones personales cambiaran, ya no tendrá razón el que más grita. La
palabra articulada sonará como algo ruidoso, arcaico y grosero, además de
lento, y poco fiable. No será necesario acercarse a una persona para decirle
algo. Podremos mandarle directamente a su cerebro no sólo nuestros
pensamientos sino también imágenes y animaciones. Hoy tengo alumnos que les
envío temas, ejercicios y fotos por Internet. Y, caray, resulta pesado cuando
se me olvida el mando a distancia del ordenador: tengo que levantarme del
sofá, andar el pasillo de casa, sentarme en la mesa del estudio, y darle
cinco ordenes a la computadora. Espero que en un tiempo no muy lejano pueda
hacer todo esto sin tener que mover el pulgar y sentado tranquilamente en el
triclinio del salón mientras veo sin mirar pantalla alguna el partido del
Real Madrid. |