Sobre el cambio climático

 

Javier Albert Gutiérrez. Publicado en el diario INFORMACIÓN de Alicante, Opinión, 13/06/1996

Hace tiempo se oía por la radio o se leía en los periódicos opiniones de meteorólogos que ponían en duda la posibilidad de un cambio climático. Pero de pocos años acá, esas voces ya no suenan en los medios de comunicación con tanta frecuencia, en la medida en que se han difundido los datos acumulados durante dos siglos de observación científica. Hoy día sabemos que la penúltima década fue la que ha tenido la temperatura global más alta en los últimos siglos. Y la última ha superado el récord. También sabemos con absoluta certeza, porque se han estado midiendo, que los glaciares de los Alpes han estado retrocediendo en los últimos veinte años. Son datos objetivos, incuestionables.

Yo, sin embargo, sin conocer los datos que acabo de citar, tenía claro y así lo expresaba a mis alumnos hace, por lo menos, diez años, que avanzábamos hacia un periodo más cálido y seco, y que a ese proceso no le veía fin. Sólo que yo el cambio climático siempre lo he situado en su sitio, hace diez mil años, al final de la glaciación Würm.

Fue un cambio total para la humanidad afectada. En la zona geográfica de Mesopotamia, Palestina, Jericó, los hombres vivían en un paraíso donde sólo había que alzar la mano para coger una fruta silvestre, o disparar el arco, actividad emocionante y divertida, para hacerse un buen filete de antílope a la brasa. Pero dejó de llover y las frutas silvestres escaseaban cada vez más y los animales salvajes marcharon hacia un norte más húmedo. En adelante "sólo comería el que trabajase el suelo con el sudor de su rostro" (Gé 3:19), el que doblase el riñón tras la azada para sembrar el trigo y tras la hoz para segarlo.

Fue el cambio más brutal experimentado por la humanidad hasta nuestros días (Gé 3:23). El Génesis lo describe perfectamente en un lenguaje adecuado a su época y a la vez universal. ¡Lo de menos es si fue una pera, una manzana o una serpiente!. Lo que importa es el sentido profundo. Lo explica como el castigo de Dios por el pecado original. Adán quiso ser tan sabio -y tan poderoso- como Dios (Gé 3:1-6). Pero el hombre no asimiló bien la lección. Cuantas veces se ha creído Dios ha fracasado. Cuanto más poder ha tenido la catástrofe ha sido mayor. Cuando es gran parte de la humanidad la que se rebela contra Dios el cataclismo puede ser universal.

Todavía seguimos en ese periodo interglaciar, y lo que está ocurriendo ahora es que ese proceso natural se está viendo acelerado por la violenta intervención en la naturaleza de un hombre, cada vez más poderoso: fundamentalmente por el efecto invernadero producido por las emisiones de dióxido de carbono, que han aumentado progresivamente desde la Primera Revolución Industrial, y la tala masiva de árboles.

Donde antes había grandes ciudades, esplendorosas civilizaciones, hoy no hay más que desiertos, y los pueblos que viven en ellos, si es que vive alguien, están mucho menos desarrollados que sus antepasados de la Edad Antigua. Primero talaron los bosques, para dedicar el terreno al pasto. Después cultivaron trigo. Y al cabo de los siglos la tierra fértil había sido, lenta pero inexorablemente, arrastrada lejos por la erosión. Así es que, si bien desarrollaron grandes culturas, su soberbia les hizo acabar siendo mucho más míseros que cuando llegaron a aquellas tierras.