Cuando hablan los de a pie

 

Fco. Javier Albert Gutiérrez, diario INFORMACIÓN, Opinión, julio 1997

Nos lamentamos continuamente de los horrores del terrorismo con toda la razón del mundo. Pero, sin embargo, no advertimos que quizá ese mal ha sido posible porque ha encontrado un terreno abonado en España. Porque ha habido gente que consciente o inconscientemente se ha beneficiado de los efectos de tan escandalosa barbarie.

La cobertura y resonancia que cualquier acción terrorista tiene en los medios de comunicación, que intentan morbosamente exprimirle la máxima rentabilidad a la noticia, provoca a los etarras seguir por ese camino publicitario. Los lamentos en esta situación parecen el llanto de las plañideras en la antigüedad clásica: lloro y cobro por llorar.

Durante los últimos años mucha gente ha tenido que dejar de sintonizar ciertas emisoras porque todos los días estaban dando un tostón insufrible con Amedo, Domínguez, Inchaurrondo, el general Galindo y un largo etcétera de posibles funcionarios transgresores de la ley que tenía a los oyentes y lectores hasta la coronilla. Y yo, y mucha gente de a pie con la que cotidianamente hablo, nos preguntábamos, si ese empeño en perseguir guardias civiles, policías nacionales y gente encargada de proteger la sociedad contra el robo , la extorsión y la violencia, lo hubieran empleado en denunciar también a los terroristas, sus encubridores y propagandistas, posiblemente no hubiéramos llegados a estos niveles de desmadre social e impunidad.

En una democracia asentada y estable los abusos de poder de las instituciones se denuncian a los tribunales para que, en el caso de que éstos sentencien culpabilidades, las instituciones "ad hoc" se encarguen de hacer justicia. Muchos han utilizado machaconamente delitos de Estado denunciados por la prensa y no probados por la justicia para sus fines partidistas, como arma habitual para destruir a sus enemigos políticos, sin importarles un pimiento que con su actitud estaban reforzando la moral de etarras y batasunos.

Quizá todo esto se deba a que los españoles hemos tenido que recorrer en veinte años el camino que otros han andado en cien, y las prisas ha originado esta confusión. Muchos confunden la velocidad con el tocino. Las mayorías legitiman al poder político, y eso es perfecto e imprescindible. Pero la mayoría no legitima una verdad científica ni da validez moral ha hechos que no la tienen.

Y lo mismo cabría decir para los negocios privados. El éxito no justifica por si sólo la validez profesional de empresas y personas, si no es conseguido respetando las normas morales que imperan en la sociedad. Los programas de radio y televisión basados exclusivamente en los niveles de audiencia están levantando la protesta de muchos ciudadanos que se sienten ofendidos por esa basura, cada vez más degradada. Y lo mismo se puede decir de la prensa amarilla que sólo se alimenta de los escándalos.

Bueno sería que estos mismos que ahora nos piden solidaridad para poner fin al terrorismo, en un futuro llevaran más cuidado con sus manifestaciones y actitudes. La movilización social, otra vez, como en la transición, ha dado muestras de superar en inteligencia, honra y madurez, a sus elites políticas e intelectuales. Sería deseable que todas estas personas que tiene su voz amplificada por los medios de comunicación hayan tomado buena nota de ello.