El CIS y la Monarquía

 

Javier Albert Gutiérrez, profesor de Historia

Diario INFORMACION, Pág. 21, OPINIÓN, Alicante 29/06/2004

 

Desde las últimas elecciones europeas el CIS  ha perdido toda credibilidad. La verdad de las urnas demostró el 13-J que tuvo  un error de treinta puntos en el índice de participación y de seis puntos en la diferencia entre los dos partidos mayoritarios. Unos errores de este calibre en una encuesta sólo pueden achacarse a dos motivos: ineptitud o manipulación. Aunque probablemente se deba a una mezcla de las dos cosas.

 

Decir ahora que la boda del Príncipe sólo interesó a un 49%, cuando tuvo una audiencia que superó todos los record de la televisión en España -25 millones de españoles lo vieron-, no sólo es mentir, sino que es una majadería que no se la creen ni los más tontos del lugar. Simplemente había que asomarse a la ventana para ver que las calles estaban desiertas.

 

Es muy sencillo condicionar las respuestas con las preguntas, pero las que ha hecho el CIS de Fernando Vallespín sobre la Monarquía raya en la desfachatez y en lo ridículo. Porque son ganas de confundir a la gente preguntarle sobre “el origen divino de la  Monarquía”. Este CIS trata a la gente como ignorantes, pues todo el mundo sabe que nuestra Monarquía es parlamentaria. Las demás preguntas, y no las cito para no extenderme mucho, eran igual de capciosas.

 

En la encuesta que el CIS hizo en febrero de 1998 la Monarquía fue la institución mejor valorada por los españoles, por encima del Parlamento, el Gobierno, la Justicia, los gobiernos de las autonomías, los parlamentos regionales, el defensor del pueblo y los ayuntamientos. En el año 2000, una encuesta de Sigma Dos le daba a la Monarquía una nota aún más alta. Además, un 82,9% consideraba que el Rey ha sido imprescindible para instaurar la democracia en España, tras la dictadura de Franco.

 

Hoy día los Estados con una mayor cota de libertades, de democracia, de estabilidad política, con mejores y más amplios sistemas de seguridad social, de justicia, de sanidad, de enseñanza, y con un mayor nivel de vida y más progresistas son monarquías, como Suecia, Noruega, Dinamarca, Holanda, Bélgica, Luxemburgo, Mónaco, Liechtenstein, Japón, Reino Unido, Canadá, Australia y Nueva Zelanda. Esto no es casualidad, porque todos estos países no sufrieron los traumas sangrientos de las repúblicas revolucionarias y se mantuvieron al margen de la Revolución Francesa. Por lo que respecta a España, el mundo objetivo reconoce que el milagro de la Transición española y el gobierno del PSOE durante tres legislaturas hubiera sido imposible sin el amparo de la Monarquía.

 

Los países son fruto de su Historia, y se rigen por la razón histórica, por razones culturales, no por la lógica abstracta, ni por doctrinas ideológicas inventadas por intelectuales. Los países en los que se han impuesto sistemas políticos utópicos han terminado convirtiéndose en regímenes autoritarios de terror. Hay países como el Reino Unido, Holanda y el Reino de España que han sido formados como Estados por la Monarquía, que constituye la base de su estabilidad política. Si un día estos Estados cambiaran de sistema, dejarían de existir como Estados y desembocarían en el fracaso y la desintegración, lo que vendría muy bien a sus competidores y vecinos. Cada pueblo es consecuencia de su Historia, y tan inviable es una Monarquía en EE UU como una República en España.

 

Respecto al coste de mantener una familia real hay que decir que, cifras en la mano, la institución Monárquica es mucho más barata que una Presidencia de Estado. Pero, aunque no fuera así, hoy día, en que las grandes empresas se gastan tanto dinero en representación, la Casa Real da un prestigio a España que es verdaderamente impagable y que no podría dárselo una Presidencia de República.

 

El caso del Reino de España es paradójico. La derecha conserva todavía reminiscencias republicanas de Falange Española, que formó parte del Movimiento Nacional. Durante el Régimen de Franco, esa derecha criticaba por lo bajo a la Monarquía, a don Juan y al Príncipe Juan Carlos. Entre otras cosas, porque no podían permitir la más mínima competencia carismática con su generalísimo. Aunque, por otro lado, el círculo culto de los franquistas sabía que España, a la muerte de Franco, o era Monarquía o no era. La historia de las dos breves Repúblicas españolas se lo recordaba. Así es que tuvieron que vivir durante muchos años con esa contradicción.

 

La gran paradoja está en que la Monarquía en España se ha reafirmado por obra y gracia de las clases populares, de los votantes de centroizquierda de tendencia republicana. Por el apoyo del PSOE, que es un partido que había idealizado la república. Tanto es así, que las derechas lanzaron en son de burla el chiste de que Felipe González era de ideología "monarquicano".  Y por el Partido Comunista de Santiago Carrillo, quien afirmó que “mientras el Rey respetara y defendiera la Constitución, nosotros respetaríamos al Rey y a la Monarquía”. Felipe González, Santiago Carrillo y Adolfo Suárez fueron tres grandes estadistas que contribuyeron decisivamente a consolidar la Monarquía y la democracia en España. Por cierto, del republicano Julio Anguita dijo Carrillo que era más joseantoniano (falangista) que comunista.

 

La polémica Monarquía o República ha sido superada por la Historia y sólo pueden sacarla a la luz partidos que han perdido su carisma  reivindicativo y han quedado vacíos de contenido. Hoy día sólo están interesados en este debate los retrofranquistas, neofalangistas, nacionalistas radicales e izquierdistas.

 

No nos tiene que sorprender que la gente común apoye la Monarquía. La Monarquía en España siempre tuvo su más firme apoyo en el pueblo y en los indígenas de las colonias. Y sus más enconados enemigos en las élites aristocráticas, nobles o plebeyas.