Antisemitismo

 

Javier Albert Gutiérrez

28 de abril de 2002. Publicado en la Revista Chasca del Colegio Marista de Alicante de diciembre de 2002

 

El ministro de asuntos exteriores de Israel, Simón Peres, denunció en la Conferencia Euromediterránea de Valencia la campaña antisemita que se está desarrollando en España, mostrando, en la portada del semanario “El Jueves”, al Primer Ministro Ariel Sharon caricaturizado como un cerdo con una esvástica.

 

Simón Peres, premio Nóbel de la Paz, tiene razón. En alguno de los medios con más audiencia  del país se manifiesta frecuentemente el apasionamiento de tertulianos y colaboradores por la causa árabe en sus conflictos de frontera. Y pobre del que discrepe, le callan a voces.

 

El grito de Yasir Arafat de “racista y nazi” para referirse al gobierno democrático israelí se ha convertido en muletilla al uso en las manifestaciones izquierdistas. Es el mismo insulto que utilizan los etarras contra los demócratas. Es como si, de repente, la vocinglería nacional hubiese sustituido el trabajo de pensar por la simpleza de la descalificación tópica. Sin caer en la cuenta que ésa es precisamente la táctica que ha usado siempre el fascismo para imponer sus criterios sin opción al análisis. Y esto sí que es “pensamiento único”.

 

El antisemitismo español hunde sus raíces en lo más profundo de nuestra historia. Se remonta hasta el Reino Hispanogodo, en cuya época la documentación escrita Conciliar prueba varias expulsiones. El primero rey que legisló contra los judíos fue Recaredo, se acentuó con el rey Sisebuto, que ordenó su expulsión o conversión en masa, y culminó en el XVII Concilio de Toledo (694), en que el rey Égica acusó a los judíos de conspirar con sus hermanos de África con el propósito de asesinar al rey y entregar España a sus hermanos musulmanes. Esta acusación, junto con la de pueblo deicida, fueron las causas que los demagogos de los pogromos esgrimieron para masacrarlos a lo largo de la Edad Media, despojarles de sus bienes y expulsarlos.

 

La tradición antisemita también fue explotada por el general Franco durante los cuarenta años que gobernó, achacando las dificultades de las relaciones internacionales del Régimen al contubernio judeo-masónico. Dicha tradición y la inhibición de la Iglesia Católica frente al antisemitismo ha dejado un poso en el subconsciente colectivo que hace que en el lenguaje popular se utilice todavía la palabra “judío” como insulto.

 

En Rusia fue donde nació el panfleto de los “Protocolos de los sabios de Sión”, que difundió la calumnia de la conjura internacional de los judíos para dominar el mundo. Los pogromos en Rusia comenzaron en 1881, culminaron en la Revolución de 1905, y prosiguieron por mano del ejército blanco después de 1917, durante la Guerra Civil.

 

Más tarde vino el holocausto provocado por los nazis. Hubo matanzas de judíos por parte de la población civil en Polonia, Rumania y otras naciones, consentidas por el ejército alemán de ocupación. Cuando esos países fueron conquistados por los aliados, se corrió un velo sobre la responsabilidad popular en dichas masacres.

 

La judeofobia echó profundas raíces también en ciertas élites de izquierda mundiales desde que el líder panarabista Abdel Nasser decidió en la Conferencia de Bandung, en 1955, cambiar el sistema de alianzas internacionales de Egipto e inclinarse, cada vez de forma más clara, hacia el Imperio Soviético.

 

Esa postura le garantizó que buena parte de la prensa de izquierdas europea fuese tan acrítica con los países árabes socialistas como lo fueron con Stalin, Ceausescu o Mao. Y, aunque haya desaparecido la URSS, la actitud emocional desarrollada durante la Guerra Fría ha quedado anclada entre ellos como reflejo, lo que les lleva a demonizar con saña a los israelíes y estadounidenses y a pasar por alto las atrocidades perpetradas por los palestinos. Por lo que se ve, lo que se oye y lo que se escribe en algunos medios uno no puede más que admitir como cierta la denuncia de Simón Peres. Lo más recienet es el artículo de Arturo pérez Reverte en El semanal de ABC del 02/12/05 en el qu ellama a los judío "hijos de puta".

 

La política del Primer Ministro Ariel Sharon contra el terrorismo que azota indiscriminadamente Israel es criticable, pero son acciones llevadas a cabo por Fuerzas Armadas controladas por un Parlamento democrático, y no puede de ninguna manera compararse u ocultar la manipulación de niños y jóvenes musulmanes para su conversión en escudos humanos y en terroristas islamistas suicidas.

 

El informe de la revista norteamericana TIME, publicado en EL PAÍS el jueves, 11 de abril de 2002, es revelador: Sadam Husein, Presidente de la República Árabe Socialista  de Iraq, subvenciona a las familias de los suicidas con una cantidad de 25.000 dólares, y la organización Hamas, con una pensión mensual de 600, más enseñanza, sanidad y reconocimiento social asegurado para todo el clan.

 

Según noticia publicada en el periódico ABC, sección Internacional, el 9/10/02, “Israel tiene pruebas de que el régimen de Sadam Husein entregó 15 millones de dólares a las familias de suicidas palestinos y de otros activistas durante los dos últimos años”.

 

Uno no puede menos que sospechar que, si hay enormes poderes económicos que están financiando un terrorismo juvenil tan deleznable, de la misma forma estos “mecenas” del terror también estarán invirtiendo en campañas de propaganda en todo el mundo para que lo “expliquen”. Israel ha denunciado que capital islamista está subvencionando a partidos nazis anti-judíos en toda Europa.

 

La política de Ariel Sharon podrá estar equivocada, pero ni él ni Israel son un peligro para el resto del Mundo. Las manifestaciones europeas de repulsa deben también dirigirse contra los atentados de organizaciones ilegales terroristas como la Yihad Islámica, Al Qaeda, Jemaah Islamiah, Al Qod, las Brigadas de Abú Alí, FDLP, Hamás, Hezbolá, Al Aqsa y un largo etcétera.

 

Contra, por ejemplo, los que han provocado las masacres recientes de Yemen, Kuwait, Filipinas, Jerusalén, Moscú, Rusia, Bali, Nueva York, Madrid y Kenia. El terrorismo no tiene causa, sino coartada para imponer su poder; no tiene apellidos ni justificación ética y política; menos, la manipulación de niños y jóvenes, vieja táctica que identifica a los partidos nazis. No vale decir con cinismo que se lamenta el dolor de las víctimas, para a continuación exponer la misma retahíla de causas que pregonan los terroristas para justificar sus crímenes.

 

El terrorismo es un mal absoluto que, debido a que los medios de destrucción son cada vez más baratos y potentes, que existen Estados que lo protegen y multimillonarios en petrodólares y narcotraficantes que lo costean, se ha convertido en un grave chantaje del que está siendo víctima toda la Humanidad.